jueves, 3 de abril de 2008

Natalia Verbeke entrevista nacionalidades

Natalia Verbeke
¿Cómo valora la integración de profesionales de distinta nacionalidad?

Siempre hay un proceso de adaptación. Cada uno tiene su tiempo y esa inserción en otro país y en otra cultura depende de muchos factores. Yo era una niña cuando vine a vivir a España y a esa edad no eres bastante conciente de todo. Para mí fue difícil porque cambiar de país no fue mi decisión y no entendía las cosas. Es distinto cuando eres un adulto y decides hacer un cambio en tu vida. Por otro lado, la lucha profesional es dura en todas partes. Esta es una profesión difícil. Hay que tener la oportunidad y estar en el momento y en el lugar adecuado.

¿Qué nos puede contar del rodaje de La tempestad, novela de un español adaptada por un director inglés en la que interpreta a una italiana?

Y ambientada en Venecia pero rodada mayormente en Luxemburgo (risas). Como el director Paul Tickell era consciente de las complicaciones de un rodaje en Venecia, nos desplazó hasta un plató de Luxemburgo en el que se han recreado escenarios de otras películas como El mercader de Venecia y La joven de la perla. Fue una experiencia alucinante en la que compartí planos con figuras míticas como Malcom McDowell y uno de mis actores favoritos, Rutger Hauer. Creo que ha quedado una película redonda, una versión diferente al original que la inspiró. No es exactamente la novela con la que Juan Manuel de Prada consiguió el premio Planeta en 1997, aunque se ha respetado su atmósfera gótica y tenebrosa. Un buen ejemplo de thriller, con el visto bueno de su autor literario.

Su plus argentino–español, ¿amplía el campo de trabajo?

Por supuesto que da más posibilidades, pero lo significativo es que el hecho de poder usar mi lengua materna, el acento argentino, me hace tomar un mayor contacto con mi cuerpo y me descubre otros registros. Aunque parezca una tontería, no lo es. Conectar con el lenguaje que has aprendido de pequeña te da una mayor libertad a la hora de actuar. No es que el otro te ate, porque yo llevo casi toda la vida viviendo en España, pero hay algo dentro del cuerpo que tiene que ver con mis raíces.

¿Cree que es un intercambio que se da cada vez con más naturalidad…?

Sí. Además, todos somos anónimos hasta que das con un personaje, con un director que te ve y lucha por ti ante un productor cuando no tienes nombre. Antes había que justificar el acento y ahora no, porque lo que se vive en la calle también lo refleja el cine. Trabajar con gente de distintos lugares aporta mucha riqueza. Cada uno tiene su escuela y trae su cultura, su manera de ver, más allá de su personalidad. Lo bonito es estar abierto a lo que otro actor te puede dar para que haya juego y aprendas de él.

Siempre subraya que el “disfraz” que impone cada personaje es el momento que más la entusiasma.

Actuar es convertirte en otra persona y eso significa liberarte de todas las ataduras de tu cuerpo y no ser tú. Hace falta mucho trabajo en soledad y concentración para no perder ni un detalle de lo que es esa otra persona. Para alejarte de ti el cambio físico es muy importante. Si me miro al espejo y me veo a mí, no puedo desconectar. Por eso lo que más importa en mi trabajo es cambiar de papeles. No me gusta la comodidad.

¿Y qué otras herramientas de trabajo utiliza?

El método y la técnica sirven para manejar las armas que tienes y guiar tu trabajo; luego cada actor va desarrollando un método personal basado en el tiempo de estudio, que tiene que ver con observar y copiar a la gente que ves en la calle, con meterte en situaciones que no has vivido y que sean creíbles. Hay que aprender a implicarse en cosas que, probablemente, te duelan y a las que no te enfrentas en la vida diaria. Por el personaje tienes que ir de lleno a ello.

¿Hasta dónde llegan sus exigencias como actriz?

Cuando me digo ‘¡Qué mala actriz soy!”, me pregunto qué haría yo si no hiciera esto que hago. Siento que soy buena actriz cuando me olvido de que soy yo, cuando consigo ser el personaje y olvidarme de que Natalia está ahí. Lo que siento en ese momento es increíble. Y eso sólo pasa cuando te dejas llevar por el personaje y él te invade y ya no eres tú. Es algo que no se paga con nada.