jueves, 1 de septiembre de 2005

“SOY BUENA ACTRIZ CUANDO ME OLVIDO QUE SOY YO”

Entrevista: Raices del cine, por Gloria Escribano
La talentosa intérprete, una de las más valoradas de su generación, revisa el significado de cabalgar entre dos mundos
Tengo el corazón dividido y no puedo elegir entre un país y el otro”, confiesa Natalia Verbeke cada vez que se le pregunta sobre su nacionalidad. Nació en Buenos Aires hace 30 años, en el barrio de Caballito, pero vive en España desde los 11, cuando sus padres se trasladaron a Madrid. Y si es verdad, como dice, que siempre quiso ser actriz, no erró en su elección y trabajó duro para alcanzar su meta: clases de ballet, formación en la Real Escuela de Arte Dramático (RESAD), paciencia en los castings y un empeño a toda prueba.
Esta tenacidad y confianza en sí misma la llevó a convencer a Juan José Campanella de que sería la novia perfecta de El hijo de la novia, una de las películas argentinas más taquilleras de los últimos años. Ese paso encaminó definitivamente su apuesta profesional, que había comenzado con Nadie conoce a nadie (Mateo Gil, 1999) y Kasbah (Mariano Barroso, 2000), entre otros títulos.
Tiene tres películas a punto de estrenarse, El método Grönholm, La tempestad y A Golpes, y protagoniza, en Televisión Española la exitosa serie Al filo de la ley, compartiendo cartel con su compatriota Leonardo Sbaraglia. Novia, boxeadora, abogada, chica lista… Natalia puede con todos los papeles que le proponen y se ha convertido en una de las actrices más prestigiosas de su generación.
-¿Cómo valora la integración de profesionales de distinta nacionalidad?-Siempre hay un proceso de adaptación. Cada uno tiene su tiempo y esa inserción en otro país y en otra cultura depende de muchos factores. Yo era una niña cuando vine a vivir a España y a esa edad no eres bastante conciente de todo. Para mí fue difícil porque cambiar de país no fue mi decisión y no entendía las cosas. Es distinto cuando eres un adulto y decides hacer un cambio en tu vida. Por otro lado, la lucha profesional es dura en todas partes. Esta es una profesión difícil. Hay que tener la oportunidad y estar en el momento y en el lugar adecuado.
-A propósito de la pregunta anterior, ¿qué nos puede contar del rodaje de La tempestad, novela de un español adaptada por un director inglés en la que interpreta a una italiana?-Y ambientada en Venecia pero rodada mayormente en Luxemburgo (risas). Como el director Paul Tickell era consciente de las complicaciones de un rodaje en Venecia, nos desplazó hasta un plató de Luxemburgo en el que se han recreado escenarios de otras películas como El mercader de Venecia y La joven de la perla. Fue una experiencia alucinante en la que compartí planos con figuras míticas como Malcom McDowell y uno de mis actores favoritos, Rutger Hauer. Creo que ha quedado una película redonda, una versión diferente al original que la inspiró. No es exactamente la novela con la que Juan Manuel de Prada consiguió el premio Planeta en 1997, aunque se ha respetado su atmósfera gótica y tenebrosa. Un buen ejemplo de thriller, con el visto bueno de su autor literario.
-Su plus argentino–español, ¿amplía el campo de trabajo?-Por supuesto que da más posibilidades, pero lo significativo es que el hecho de poder usar mi lengua materna, el acento argentino, me hace tomar un mayor contacto con mi cuerpo y me descubre otros registros. Aunque parezca una tontería, no lo es. Conectar con el lenguaje que has aprendido de pequeña te da una mayor libertad a la hora de actuar. No es que el otro te ate, porque yo llevo casi toda la vida viviendo en España, pero hay algo dentro del cuerpo que tiene que ver con mis raíces.
-Un intercambio que se da cada vez con más naturalidad… -Sí. Además, todos somos anónimos hasta que das con un personaje, con un director que te ve y lucha por ti ante un productor cuando no tienes nombre. Antes había que justificar el acento y ahora no, porque lo que se vive en la calle también lo refleja el cine. Trabajar con gente de distintos lugares aporta mucha riqueza. Cada uno tiene su escuela y trae su cultura, su manera de ver, más allá de su personalidad. Lo bonito es estar abierto a lo que otro actor te puede dar para que haya juego y aprendas de él.
-Siempre subraya que el “disfraz” que impone cada personaje es el momento que más la entusiasma. -Actuar es convertirte en otra persona y eso significa liberarte de todas las ataduras de tu cuerpo y no ser tú. Hace falta mucho trabajo en soledad y concentración para no perder ni un detalle de lo que es esa otra persona. Para alejarte de ti el cambio físico es muy importante. Si me miro al espejo y me veo a mí, no puedo desconectar. Por eso lo que más importa en mi trabajo es cambiar de papeles. No me gusta la comodidad.
-¿Y qué otras herramientas de trabajo utiliza?-El método y la técnica sirven para manejar las armas que tienes y guiar tu trabajo; luego cada actor va desarrollando un método personal basado en el tiempo de estudio, que tiene que ver con observar y copiar a la gente que ves en la calle, con meterte en situaciones que no has vivido y que sean creíbles. Hay que aprender a implicarse en cosas que, probablemente, te duelan y a las que no te enfrentas en la vida diaria. Por el personaje tienes que ir de lleno a ello.
-¿Con qué tiene que seducirla una nueva producción? -Con un buen guión. No importa el papel; puedo tener sólo dos secuencias pero si me gusta la historia no lo dudo. Eso significa que al leerlo me tiene que mantener enganchada, no me tiene que aburrir y debe emocionarme, asustarme o producirme algo en el estómago; si no, no merece la pena.
-El ante año pasado estrenó una película hablada en inglés...-Do the I, de Matthew Parkhill. Mi segunda película hablada en inglés, después de Jump tomorrow. Lo que me atrajo y me decidió a rodar Do the I fue la posibilidad que me daba el personaje. Tiene un rango muy amplio y muy fuerte, pasa de la alegría a la tristeza en un segundo, tiene muchos estados de ánimo y ya eso me parecía un reto. Pero si le añadimos justamente que había que hacerlo en inglés, ya es algo más complicado y a mí eso me motiva. Apenas terminé de rodar en la Argentina Apasionados, me fui directamente a conocer más al director, al que sólo le había visto en el casting, y a mis compañeros de reparto, Gael García Bernal y James D`Arcy.
También conocí al coreógrafo que, en dos horas que teníamos, me hizo una coreografía, la que se ve en la película. Yo me tenía que volver a España, así que intenté recordar todo lo que podía y hablé con Gadea San Román, que es una profesora de flamenco muy buena, y en el tiempo que ella podía, porque tenía sus clases ocupadas, estuve practicando unas dos horas durante tres días. Volví a Londres hecha un lío pero cada día ensayaba un poco en mi habitación, sobre todo para recordar, y el día del rodaje me lancé como pude. Para conseguir la secuencia tuve que bailar todo el día.
-¿Qué recuerdos tiene de El hijo de la novia? -Fue un rodaje mágico que partió de un guión cerrado y bien escrito al que no había que defender. Era increíble, porque te hacía reir y llorar y te emocionaba al leerlo. Además, era mi debut en la Argentina, y con esos actorazos. Todo un lujo porque estaba aprendiendo de maestros. También me creó tensión porque había que dar la talla y estar a la altura de todos ellos. No me sorprendió para nada el éxito de la película porque el guión era muy bueno y la historia es universal. Habla de sentimientos y es un tipo de cine que nos gusta a todos.
-¿Han cambiado sus expectativas de trabajo desde entonces? -Creo que sigo igual que siempre aunque reconozco que son cosas que no le pasan a cualquiera. Ahora se me valora dentro de otro tipo de cine y ya tengo más seguridad. Lo que quiero conseguir en esta profesión es trabajar siempre. Tuve un sueño desde los cuatro años y estoy viviéndolo. No puedo encontrarle contras a esta profesión porque es lo que me hace más feliz en el mundo.
-¿Tiene algún proyecto que la ligue actualmente a la Argentina?-Estuve a punto de interpretar el rol que finalmente hizo Ingrid Rubio en Hermanas, la ópera prima de Julia Solomonoff. Lamentablemente no pudo darse por una cuestión de fechas pero me hubiera encantado. Y estamos esperando el estreno de El método Grönhold, una producción mayoritariamente española dirigida por el argentino Marcelo Piñeyro, en la que me reencontré como compañero de reparto con Pablo Echarri, después de rodar Apasionados en medio de la crisis argentina de diciembre de 2001. Fue muy interesante el enfoque de Piñeyro, porque la película está basada en una obra de teatro de Jordi Galcerán, pero es bastante distinta a las versiones que se montaron en Madrid. La versión que escribió Marcelo con Mateo Gil (el coguionista de casi todas las películas de Alejandro Amenábar) tiene mucha más ironía y dureza. El espectador corre el riesgo de quedar petrificado en la butaca con esta cruda historia sobre los recursos humanos y las técnicas de selección de personal como telón de fondo.
-¿Hasta dónde llegan sus exigencias como actriz? -Cuando me digo ‘¡Qué mala actriz soy!”, me pregunto qué haría yo si no hiciera esto que hago. Siento que soy buena actriz cuando me olvido de que soy yo, cuando consigo ser el personaje y olvidarme de que Natalia está ahí. Lo que siento en ese momento es increíble. Y eso sólo pasa cuando te dejas llevar por el personaje y él te invade y ya no eres tú. Es algo que no se paga con nada.